LA PROFECÍA DE MAGALLANES
El mar estaba inquieto, el cielo oscuro por nubes cenicientas apagado, con fulgor inseguro, empezaba a asomarse la alborada; cerrando los Confines de Occidente, brotaban de las sombras lentamente las titánicas cumbres de los Andes, y en toda su hosquedad Naturaleza mostraba la magnífica fiereza con que sabe vestir los hechos grandes.
Y entre esa majestad, sobre las olas que el continuo vaivén tornaba pálidas las cuatro carabelas españolas se alzaban atrevidas y gallardas; sobre la inmensa superficie solas, las quillas en el mar, la enseña al viento lanzaban en su arrojo un desafío al oscuro nublado, al mar bravío, al ígneo rayo y al ciclón violento.
¡Jamás ante el poder de un elemento temblaba aquella Raza de titanes! Hasta el mar cuando fiero se alborota humilla su poder ante una flota como aquella de Hernando Magallanes.
El era su Almirante. Sobre el puente de la nave izadora de la enseña iba el bravo marino, alta la frente, la mirada aguileña escrutando orgullosa el Occidente: es que allá, separados los pilares que forman la gigante cordillera, dejaban paso abierto hacia otros mares, es que la audaz quimera que en su mente genial alentó un día ante la faz de la Creación entera proclamando su gloria se cumplía...
Magallanes habló; sus ojos de ave brillaban encendidos de entusiasmo, los bravos marineros de la nave le escuchaban hablar, mudos de pasmo,y aun las nubes que en lo alto se cernían, y hasta el agua sin fin del mar Atlan te absortas parecían escuchando la voz del Almirante.
–¡Ya es hora! –dijo–. ¡Un mundo nos espera tras del que hoy se divide a nuestro paso ¡Sigamos nuestra ruta aventurera por los mares ignotos al ocaso !Es infinito el mar, la vida corta, nuestro poder, pequeño, ¡Pero no os arredréis! ¿Qué nos importa que se acabe la vida en el empeño? ¡No importa que muramos! Las estelas que dejan nuestras raudas carabelas jamás han de borrarse; por su traza vendrán para buscar nuevos caminos otros bravos marinos de nuestra Religión y nuestra Raza; de España y Portugal, la raza ibera cuyos hijos, unidos como hermanos, a la sombra van hoy de una bandera; portugueses e hispanos, bogamos juntos tras la misma suerte...
Españoles, ¡Quién sabe si algún día se unirá vuestra Patria con la mía en un lazo de amor eterno y fuerte!
Calló; todos callaban de solemne estupor sobrecogidos; los bravos corazones palpitaban con rápidos latidos, y tendiendo los brazos a Occidente, por donde un nuevo mundo aparecía, el marino vidente acabó la asombrosa profecía: – Esas costas y esas otras cordilleras también serán iberas cuando naves de Iberia con sus quillas surquen aquel Estrecho que allí asoma; desde las dos orillas les darán para bienes en su idioma...
¿Qué importa nuestra muerte si con ella ayudamos al logro de este sueño? Si la muerte es tan bella, ¿Qué importa sucumbir en el empeño? ¡Adelante, hijos míos! –gritó transfigurado, el Almirante–.Y los cuatro navíos temblaron a las voces de: ¡Adelante!..
Hincháronse las velas; en el mástil derecho la enseña tremoló, las carabelas embocaron audaces el Estrecho...Y entonces, estallando de repente la fiera tempestad que amenazaba, rugió por los espacios imponente cual monstruo colosal que se destraba; aullaba el huracán, el mar bramaba alzándose feroz en ronco estruendo y la Creación entera parecía que presa de pavor se estremecía ante el empuje del ciclón tremendo.
¡Era un himno triunfal que nubes y olas con su música fiera cantaban a las naves españolas,embajadoras de la Raza Ibera!
lunes, 8 de marzo de 2010
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