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FRENTE A FRENTE

A. René de Nicolás y García







La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.



El castellano es la lengua española del Estado.



Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.







miércoles, 26 de mayo de 2010

Los Caballeros Templarios


Varios años antes del reafirme de Jerusalén en 1099, un grupo de caballeros había actuado como guías y protectores de los cristianos que peregrinaban a través de las tierras santas.

Esos Caballeros vivieron en una hostería cerca del Templo de Salomón en Jerusalén en el momento de la Primer Cruzada.

De ellos, cuyos nombres eran Hughes de Payns y Godofredo de Saint Omer, nace la idea de incorporar a los caballeros formalmente como un orden en 1119, tomaron el nombre de Orden de los pobres Caballeros de Cristo, pero fueron conocidos mas popularmente como Los Caballeros del Templo de Salomón o Los Caballeros Templarios.

Desde su nacimiento tuvo un fin militar, por lo que la Orden se diferenciaba a este respecto de las otras dos grandes órdenes religiosas del siglo XII los Caballeros de San Juan de Jerusalén y los Caballeros Teutónicos, fundadas como instituciones de caridad.

La Orden fue reconocido formalmente por la Iglesia en el Concilio de Troyes en 1128, y San Bernardo de Claraval, el clérigo más influyente de la época, fue comisionado para escribir los reglamentos por la que ellos se debían regir. San Bernardo tomó la causa del Templarios con entusiasmo, y Hughes de Payns fue el primer Gran Amo de la Orden.

La austeridad noble de los Templarios contrastó fuertemente con el lujo, vanidad, codicia y violencia de los caballeros seculares. La idea de los monjes-caballeros militares se recibió con gran entusiasmo. Un grupo de Templarios recorrió Francia y Inglaterra para reclutar a los miembros, y también para solicitar regalos de dinero y propiedad para que la Orden pudiera apoyar sus actividades militares en la Tierra Santa.

La Orden Templaria estaba encabezada por un gran maestre (con rango de príncipe), por debajo del cual existían tres rangos: caballeros, capellanes y sargentos. Los primeros eran los miembros preponderantes y los únicos a los que se les permitía llevar la característica vestimenta de la Orden, formada por un manto blanco con una gran cruz latina de color rojo en su espalda.
Su servicio defendiendo el reino Cristiano de Jerusalén era distinguido, aunque un poco estropeado por sus malas relaciones con los Hospitalarios , que por el año 1240 se habían deteriorado a tal magnitud que caballeros de cada Orden estaban luchando abiertamente en las calles de Acre. Invirtieron grandes sumas de dinero en la construcción de una cadena de castillos masivamente fortificados, algunos de los cuales nunca fue capturado por el enemigo, pero fueron abandonados cuando los caballeros se retiraron de Palestina en 1291.

Fueron famosos por la ferocidad en la lucha.

Después de la Batalla desastrosa de Hattin en 1187, Saladín tomó a prisionero aproximadamente 200 Templarios y Hospitalarios, incluyendo a ambos Grandes Amos, y dio orden de ejecutar a todos. Con Jerusalén en manos de los musulmanes su cuartel general se localizó sucesivamente, en Antioquía, Acre, Cesárea y por ultimo en Chipre. Como los Caballeros Templarios enviaban regularmente dinero y suministros desde Europa a Palestina, desarrollaron un eficiente sistema bancario en el que los gobernantes y la nobleza de Europa acabaron por confiar. Se convirtieron gradualmente en los banqueros de gran parte de Europa y lograron debido a esto y a la exención del pago de impuestos y diezmos (no estaban sujeto a la ley secular, y sólo respondían al Papa), amasar una considerable fortuna. En 1307, sin embargo, el Rey Felipe IV se quiso adueñar de esa inmensa riqueza. Él y su canciller, Guillermo de Nogaret, confabularon para acusar a los Templarios de herejía y abolir la Orden. Esto fue hecho; en 1307, todos los Templarios Franceses, incluido el gran maestre francés Jaques de Molay, fueron arrestados (sólo trece escaparon) y se les "interrogó" bajo tortura o la amenaza de tortura.

La conspiración tuvo éxito y todos los caballeros confesaron múltiples e increíbles crímenes que iban desde escupir u orinar en el crucifijo a sodomía. Después muchos caballeros retractaron sus confesiones pero era demasiado tarde; el daño a su reputación era renuentemente irreversible.

En 1312 el Papa Clemente V estaba de acuerdo en emitir una bula papal que suprimiese la Orden y sus miembros fueron quemados en la hoguera. El Papa pidió que las propiedades de los Templarios sean dadas a los Hospitalarios, pero aunque esto se hizo en Alemania, en Francia e Inglaterra la mayoría fueron a la corona.

En España y Portugal la Orden fue refundada bajo nuevos nombres.

domingo, 23 de mayo de 2010

La Patria

Queriendo yo un día
saber que es la Patria
me dijo un anciano
que mucho la amaba.

La Patria se siente
no tiene palabras
que claro la expliquen
las lenguas humanas.

Allí, donde todas
las cosas nos hablan
con voz que hasta el fondo
penetra del alma.

Allí, donde empieza la breve jornada
que al hombre en el mundo
los cielos señalan.

Allí, donde el canto
materno arrullaba
la cuna que el Ángel
veló de la guarda.

Allí, donde en tierra
bendita y sagrada
de abuelos y padres
los restos descansan.

Allí, donde eleva su techo la casa
de nuestros mayores... ¡Allí esta la Patria!

Autor: Ventura Ruiz Aguilera (1820 - 1881) Escritor español nacido en Salamanca que se graduó en medicina en esa ciudad. En 1844 se mudó a Madrid donde se desempeñó como periodista y ganó gran popularidad con una colección de poemas titulada Ecos Nacionales (1849). Sus Elegías y armonías (1863) no fueron menos exitosas pero sus Sátiras (1874) y Estaciones del año (1879) mostraron que su popularidad comenzaba a decaer. En Madrid también se desempeñó como director del Museo Arqueológico Nacional. Murió el 1 de julio de 1881.

sábado, 22 de mayo de 2010

Agnosticismo y Escepticismo




El materialismo filosófico otorga una gran importancia a las cuestiones que se suscitan en torno a la idea de agnosticismo (principalmente en la medida en que esta idea pone en juego la cuestión de las relaciones entre las ciencias positivas y la filosofía y la reconstruye críticamente desde sus propias coordenadas. La dificultad principal del asunto reside en la diversidad de planos a través de los cuales la idea de agnosticismo se desenvolvió o sigue desenvolviéndose y en la facilidad, dadas las intersecciones que median entre tales planos, del deslizamiento, a veces inadvertido, de unos planos hacia los otros, con las confusiones y embrollos consiguientes. El agnosticismo suele ser considerado como una forma del escepticismo. El escepticismo filosófico (es decir, no el escepticismo meramente psicológico, derivado de un temperamento dubitativo, inseguro, &c.) es la posición de quien después de examinar los argumentos en pro y en contra en torno a una cuestión disputada cree poder concluir que estos argumentos se equilibran y que, por tanto, no es posible decidirse por ninguna de las alternativas o disyuntivas propuestas: el escéptico no afirma ni niega, simplemente duda, o se abstiene de «juzgar», manteniendo su epogé. El agnosticismo es considerado según algunos como un «escepticismo especializado», es decir, referido a asuntos que tengan que ver con entidades o saberes relacionados, de algún modo, con las religiones (primarias, secundarias o terciarias). En consecuencia, el agnosticismo no es superponible con «escepticismo», porque ese término es más amplio que aquél (alguien puede ser escéptico en materia de historia de Egipto o de Roma –pirronismo histórico–, pero no ser agnóstico, aun cuando un escéptico universal que suspende todo tipo de juicio, también sería agnóstico). El escepticismo, en su acepción clásica añade aún una nota a esa «abstención del juicio»: la nota de mantenerse activo en el interés del conocimiento, el deseo de resolver la indecisión, a fin de determinarse dentro de las alternativas que se nos ofrecen, considerando que el encuentro de la «verdad» será en todo caso importante para la vida práctica. Pero en el agnosticismo esta nota general del escepticismo suele quedar desvanecida: el agnóstico no será sólo quien «suspende el juicio» sobre «materias de orden religioso», sino además quien ha perdido interés por determinarse, quien declara no interesarse o, al menos, no creer necesario para resolver su indeterminación a fin de poder vivir dignamente como ciudadano, por cuanto supone que las diferentes opciones ante las cuales el agnóstico se abstiene, carecen de interés para la vida privada y sobre todo pública.

El agnosticismo, en cuanto «escepticismo específico», podrá considerarse referido no ya sólo a seres, sino también a saberes.

(a) El agnosticismo ante seres (que se supondrán como posibles) podría llamarse «agnosticismo ontológico», y consistirá en practicar la abstención del juicio ante la cuestión de la existencia de esos seres. Así, si estos seres se conciben como «sujetos extraterrestres» (que, en cualquier caso, son entes finitos y corpóreos cuya posibilidad parece hoy reconocida) podrá abstener el juicio: «No sé si existen o si no existen». En la medida en que estos entes se consideren próximos a los démones del helenismo y, por tanto, vinculados con determinaciones religiosas, la abstención de juicio podría aquí estimarse como una caso de agnosticismo. Así, la «ecuación de Drake», que indica un modo de calcular la probabilidad de tomar contacto con extraterrestres de otras galaxias, podría considerarse próxima al agnosticismo.

Sin embargo, el «agnosticismo ante seres», o presentados como tales, encuentra su acepción por antonomasia cuando el ser ante el cual se supone que se abstiene el juicio de existencia es el Ser Supremo, Dios. El argumento central de este agnosticismo ontológico es el siguiente: «No es posible demostrar racionalmente que Dios existe; pero tampoco que no existe y, por ello, la única conclusión racional es la abstención del juicio». Pero el fallo de este argumento se encuentra en su premisa implícita: en la suposición de que ese Ser Supremo o Dios monoteísta es posible y que, por tanto, tiene sentido referirse a El como si se tratase de un sujeto cuya existencia o inexistencia tratásemos de demostrar (a la manera como se puede tratar de demostrar la existencia o inexistencia de un posible pozo de petróleo en una determinada zona geográfica. Pero lo que hay que comenzar a poner en tela de juicio es la posibilidad misma del Ser Supremo (que no puede estar situado, por cierto, en ninguna área geográfica). Supuesta esta imposibilidad, no se tratará de «demostrar la inexistencia de Dios», sino de demostrar la «inexistencia de su Idea»; por lo que el agnosticismo ontológico estará aquí fuera de lugar y sólo podrá ser reemplazado por el ateísmo.

(b) El agnosticismo ante saberes, podría ser llamado «agnosticismo epistemológico», y es la suspensión del juicio ante ciertos «saberes» o «valores» propuestos como verdades reveladas, dogmas, &c. por una secta o Iglesia, por tanto, como saberes praeterracionales, que no pueden ser «derivados de la razón», pero que tampoco podrían ser impugnados por ella. Los saberes revelados y ofrecidos por una secta o Iglesia considerados como necesarios para la «salvación» son precisamente los saberes del gnosticismo, en atención a la secta de los «gnósticos» del siglo II (Valentín, Carpócrates, Basílides...) que se consideraron a sí mismos como depositarios de un saber revelado y soteriológico (salvador). El agnóstico, en este sentido epistemológico, es quien no acepta estos saberes revelados o propuestos por la secta o por la Iglesia, pero tampoco los rechaza: simplemente se inhibe o suspende su juicio creyendo saber, además, que esta supensión del juicio sobre «asuntos que tienen que ver con la religión» no afectan para nada a las decisiones sobre juicios prácticos de su vida privada y, sobre todo, pública.

El término agnosticismo fue acuñado por T.H. Huxley, el «Bulldog de Darwin», hacia 1869, por oposición al término gnosticismo, es decir, por tanto, en función de este término (que se refería, por tanto, ante todo, a un saber, o pretendido saber). Pero tal función de oposición no es la única: tendremos también que considerar, aunque Huxley no lo hizo, el concepto de «antignosticismo», porque si prescindimos de esta referencia indispensable, las coordenadas del propio concepto de «agnosticismo» se desdibujarán y se tergiversarán sin remedio. Por consiguiente, parece obligado determinar el concepto mismo de «gnosticismo» por respecto del cual se define, tanto el «agnosticismo» (ya por quien acuñó el término, Huxley) como el «antignosticismo».

lunes, 3 de mayo de 2010

La Razón


El concepto de Razón es el término que ilumina, determina y configura los grandes acontecimientos de la época moderna. Época en la que se confirma y profundiza lo que ya anunciaba el siglo XVII.

La razón es, en primer lugar, una "razón crítica"; crítica contra el dogma. La Reforma fue la primera manifestación; la justificación teórica y filosófica la encontramos en el Tratado teológico-político y en la Ética, Spinoza, donde la fe y la creencia aparecen como una forma de inteligencia de segundo grado. Desde este momento el difícil camino del espíritu humano hacia la conquista de su independencia se encontraba abierto.

Al final del siglo, la Crítica de la Razón Pura (Kant) fija los límites, las formas y las modalidades de investigación del espíritu humano, considerando como desconocidas e inexpresables las preguntas sobre la fe y sobre todas aquellas relacionadas con Dios. Ya no se mezclaban las nociones. Descartes que quería hacer tabla rasa de todo lo que se había pensado antes tuvo que recurrir a Dios para explicar los fundamentos del nuevo saber. Sin embargo, Kant no lo necesitaba. La razón no necesita del apoyo de Dios: ella misma descubre sus posibilidades y límites. La filosofía se distingue radicalmente de la teología. Por fin la razón tenía título para ser admitida, tenía existencia propia; era independiente.

Las consecuencias de esta revolución de la filosofía contra la teología eran ya, en 1781, parte de la historia de los litigios de la razón científica con las Facultades de Teología, es la historia del Renacimiento, la de Kepler y la de Galileo. La revuelta de los humanistas contra el dogma.
Es una razón contra la arbitrariedad; es una razón que discute las reglas corrientemente admitidas del gobierno de los hombres. La teoría de la monarquía absoluta, del absolutismo real, elaborada en el siglo XVII llega a ser el punto de mira del pensamiento crítico. Todos los philosophes luchan con tenacidad contra la injusticia, muestran la inutilidad de las guerras, lo absurdo de la centralización: someten a discusión la concentración de los poderes. Piden un régimen donde la Ley esté reconocida como superior al Rey, donde la Constitución haga del poder real un simple ejecutivo controlado. No piden un régimen parlamentario, donde los gobiernos serían responsables delante de un parlamento elegido. Se sienten satisfechos con un régimen constitucional que fije unos límites razonables a la acción del poder real.

Esta reivindicación se manifiesta cotidianamente contra un poder que fija unilateralmente los impuestos, que decide soberanamente el futuro de las provincias, que lanza al país a la guerra y termina con firmas de paz desastrosas sin exponerse a críticas. Es ésta una revuelta fundamental: a partir de ahora la naturaleza teocrática del poder se encuentra en tela de juicio: el rey no debe obtener su soberanía de Dios y no "dar cuenta más que a Dios solo", ya que la experiencia muestra que puede ser un mal pastor; el rebaño está en su derecho de exigir garantías y una participación del control en el funcionamiento del Estado.

La teoría de Montesquieu en el "Espíritu de las leyes" intenta organizar las modalidades de este control. La teoría del Contrato Social tiende a dar al control un fundamento racional más profundo. Fundamento que llega a un punto de ruptura: el sometimiento a examen del orden social. Para Rousseau sólo existe la sociedad civil. Para Bossuet, la única existente es la sociedad de Dios.

Así, pues, la tercera forma de revuelta filosófica es aquella que se levanta contra la sociedad, contra las órdenes, contra los deberes, contra la jerarquía heredada de la Edad Media. No es suficiente protestar contra el poder político, sino que hay que poner en tela de juicio el fundamento del orden social que es injusto; la propiedad es injusta dice Rousseau, y, bajo la Revolución, Baboeuf también lo afirma. Injusta es la jerarquía de las órdenes dicen Fígaro de Beaumarchais y el panfleto del Tercer Estado. Injusto es la preeminencia del clero. La razón suscribe y apoya que el pueblo tenga necesidad de Dios y que tenga ministros pagados por el Estado; pero no admite que aquél orden esté por encima y tenga privilegios.