Aquella mágica noche tu sonrisa se me clavó en el alma.
Me pareciste familiar y me transmitiste calma.
El compás de las olas en la orilla nos unió en un baño de ensueño.
Mi mano en tu mano nos alejó del bullicio ajeno.
Ardía el fuego en la playa y ya nos quemaba la mirada.
Se detiene el tiempo; lo demás ya nos es ajeno.
Que no acabe este fugaz instante eterno,
que no desaparezcan las estrellas en la madrugada.
Y te reconocí; eras tú. Ya eras de mi corazón el dueño.
No te esperaba, pero sabía se haría realidad mi sueño.
El mar se llevó mis peticiones
y Yemanyá escuchó mis oraciones.
La noche más larga del añono me llevó a engaño.
El ritual ancestral nos hizo bailar
entre arena, espuma y sal.
Entraste por mi puerta
y viniste para quedarte.
Yo te invité a un delicioso ágape
de dulces manjares y tentaciones descubiertas.
Ahora en tu infinito regazo
por fin encuentro el descanso.
Tu amor y pasión me inunda
y me regala armonía profunda.
Me enseñaste a confiar
y a encontrar de nuevo la paz.
Tu beso me despertaba en las mañanas
y abriste de par en par mis ventanas.
Me hiciste ver el valor de lo pequeño
y me mostraste las luces de tus sueños.
Contigo aprendí que nada es eterno
y que nadie debe tener dueño.
Con la autorización de la autora: Susana Mateo Garrote
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